Buena parte de los sistemas políticos latinoamericanos
no corresponden con los fundamentos por los cuales fueron creados, por el
contrario, la percepción actual de estos responde a intereses coyunturales y
burocráticos, de allí la crisis de integración regional por la que atraviesa el
continente.
ALGUNAS
PROBLEMÁTICAS DE LOS SISTEMAS POLÍTICOS LATINOAMERICANOS COMO EFECTOS
COLATERALES NEGATIVOS QUE INCIDEN EN LA INTEGRACIÓN REGIONAL
Aunque la vida política y la economía se
transformaron en los últimos años gracias al proceso de democratización y a la
apertura económica, varios obstáculos se mantienen intactos y promueven el
retraso de la construcción de una cultura verdaderamente democrática y del
desarrollo social estructural en la región latinoamericana.
En sociedades como la nuestra, junto con
muchas otras de América Latina, la integración regional juega un rol
estratégico en la consolidación de sistemas políticos que estuvieron marcados
por la exclusión y el autoritarismo. Considero que la integración regional
sirve a los Estados como un arreglo político que permite establecer alianzas
con sectores muy diversos y contradictorios de diferentes países
latinoamericanos.
No obstante, la paradoja de que a más
organismos internacionales, mayor la fragmentación regional, se cumple, en una
relación inversamente proporcional, la región cuenta con al menos 7 instancias
supranacionales (Unasur, Grupo de Río, Mercosur, Comunidad Andina, Alba, OEA y
la Comunidad de Estados Latinoamericanos y del Caribe) y, al mismo tiempo, se
divide en polos con diferencias políticas, al parecer, irreconciliables.
(López, 2010).
Mientras esto ocurre en la
realidad de América Latina, lo cierto es que todos los gobiernos deben
enfrentarse diariamente no sólo con las críticas, sino también de manera
directa con los efectos colaterales de la crisis regional actual, es decir, con
algunas de las problemáticas de los sistemas políticos latinoamericanos que
influyen negativa y directamente en esa integración. Estos efectos colaterales
pueden resumirse en varios temas de discusión que trataré de ampliar en el
presente ensayo.
Comenzaré por considerar a manera general,
algunos de los fundamentos de los sistemas políticos latinoamericanos que muy
bien reseña Manuel Alcántara como sectas de iniciados poseedores de verdades
universales y que hablan de los derechos del hombre y del ciudadano, de
igualdad, de libertad, de solidaridad y de dignidad. (Alcántara 2004, 60).
Para éste, los partidos han ido surgiendo
como consecuencia de la inclusión de las masas en la política y del desarrollo
del reconocimiento democrático, para finalmente, desarrollar funciones
indispensables para la movilización de las instituciones estatales.
Así mismo, lo que cuestiona uno de los
grandes mitos sobre los partidos latinoamericanos que se refiere a su habitual
tendencia a la fragmentación, es considerar que el número de movimientos
secesionistas sea alto, pero ello no es indicativo de que las divisiones
generen partidos con una alta capacidad de mantenerse en el sistema político
con niveles de viabilidad mínima. (Alcántara 2004, 64).
Otro de los fundamentos de los sistemas políticos
latinoamericanos se refiere a su origen caudillista, a su vinculación a un
líder poseído de características muy peculiares referidas a su dominación
personal, a la adscripción de las voluntades de sus partidarios por razones
emotivas que responden al carisma de un líder, al desarrollo de relaciones
clientelares y patrimonialistas y a la búsqueda de sucesión mediante el
traspaso del poder a algún miembro de su entorno familiar. (Alcántara 2004,
65).
Es por ello que para Alcántara, si bien hubo
circunstancias históricas que empujaron el nacimiento de algunos partidos
derivadas principalmente de procesos revolucionarios o de situaciones de
contestación a momentos profundamente autoritarios y excluyentes, los partidos
latinoamericanos se crearon principalmente para responder a una cita electoral.
(Alcántara 2004, 64).
Dentro de este marco y como lo
he mencionado, ha de considerarse ciertas problemáticas de los sistemas
políticos latinoamericanos que son efectos colaterales negativos que inciden en
la integración regional. Estas problemáticas a mi modo de ver, pueden resumirse
en 5 aristas a saber: crisis económicas y políticas, corrupción y populismo,
institucionalización, polarización e imposición de un sistema político
diferente.
En primera medida y en relación con las
crisis políticas y económicas es necesario recalcar lo que plantea Alcántara,
manifestando que los partidos, están en crisis, bien porque no desempeñan
correctamente sus funciones, bien por el directo repudio de la ciudadanía que insistentemente
la evalúan muy negativamente (Alcántara, 2004, 58)
La integración es fundamental para enfrentar
la crisis. En la actualidad, la integración es un elemento imprescindible al
que hay que apelar para hacer frente a los impactos de la crisis económica
internacional que hoy sacude a los grandes centros y por derivación a toda la
periferia.
En estas circunstancias, es preciso
fundamentar una nueva cooperación regional a partir de los dos efectos que nos
habrá de dejar el hacer frente a la actual crisis mundial: por una parte, la
necesidad de abordar complejas políticas antirecesivas o de ajustes en todos
los países del hemisferio, y por otra, los desafíos que dejará la recuperación
de los centros y los nuevos rumbos que se insinúan en el desarrollo económico
de los países industriales. (Iglesias, 1983, 41)
En relación con la corrupción, como lo
explicó Huntington, es la decadencia de un sistema político como resultado de
la debilidad institucional, frente al aumento en la movilización social y en el
número de actores significativos y sus demandas (Meyer, 2009).
Además para Alcántara, la utilización de los
partidos políticos para el uso personal de individuos ávidos de poder
ilimitado, el mantenimiento de grupos cerrados perpetuados y servidores de sus
propios intereses, el revestimiento mediante la demagogia de supuestos ideales
de maquinarias trabajosamente construidas en torno a un pequeño grupo para
alcanzar y luego mantenerse en el poder sin otra finalidad que el poder en sí
mismo, el olvido de las promesas electorales, el intercambio de favores, el
clientelismo, el desarrollo de técnicas manipuladoras de la voluntad de los
ciudadanos electores mediante la corrupción y el soborno, (Alcántara 2004, 59) son sólo algunos de los
pequeños ejemplos de la aplicación de una perfecta e insostenible corrupción
latinoamericana.
De otro lado, el populismo, que ha sido un
fenómeno político común en la historia, que se caracteriza por lo que en
ocasiones es una crítica profunda, pero que al mismo tiempo carece de una
identidad política clara, se encuentra visiblemente presente en nuestra región,
es más, se puede observar que en los últimos gobiernos latinoamericanos no hay
escasez de individuos populistas, por el contrario, hay varios políticos de
distintos países que han adoptado de manera creciente la retórica populista
para ganar elecciones, por ejemplo, prometiendo reducir la carga del gobierno,
enfrentarse a los grupos de poder, cambiar la "dictadura" de un solo
partido, o desplazar a la "elite neoliberal".
Considero que la preocupación más importante
en relación con los personajes populistas, no es su abuso de la retórica
demagógica que dice colocar al pueblo y las masas por encima de las elites
"explotadoras", sino utilizar esta retórica como elemento para
perpetuarse indefinidamente en el poder.
En cuanto a la institucionalización,
Alcántara reseña, que los partidos como principales actores en la política
democrática de América se ven influidos por los arreglos institucionales
existentes y el actuar de otras instancias (Alcántara 2004,62). De acuerdo con
esto, el nivel de fragmentación de un sistema de partido indica el número de
agrupaciones que obtiene una proporción importante de los votos y de los
escaños y se encuentra asociado con una amplia gama de factores políticos,
sociales y económicos. (Alcántara 2004, 62).
En América Latina no existen las condiciones
básicas para que el parlamentarismo pueda funcionar como en la Europa de hoy,
quisiera mencionar que existen diferencias en la cultura política y en el grado
de institucionalización y polarización de los sistemas de partidos políticos,
que hacen parecer que en teoría, el parlamentarismo es superior al
presidencialismo, sin embargo, el contexto hace la diferencia en cuanto a
expectativas de su funcionamiento en Latinoamérica.
Al lado de lo anterior, también altos
niveles de polarización dificultan el juego político, obstruyen la construcción
de alianzas interpartidistas, de acuerdos legislativos y son menos favorables
para la estabilidad de la democracia. (Payne, 2003, 139). Sin embargo, los
datos de polarización también pueden traducir una situación positiva en la que
finalmente el sistema político haya sido capaz de llevar a cabo una función
integradora de aquellos actores que se encontraban en posiciones radicales,
distantes del centro político y que ponían en tela de juicio la legitimidad del
sistema. (Alcántara 2004, 81).
Como último efecto colateral negativo, la
imposición de un sistema político incide directamente en una adecuada integración
regional latinoamericana, a mi modo de ver, un ejemplo claro para ilustrar esta
imposición resulta de la propuesta de crear la figura de un jefe de gabinete o
un sistema político que implique ese cambio.
En efecto, la peligrosa tendencia de
presidentes elegidos democráticamente que de inmediato concurren a las reformas
constitucionales, convocan constituyentes y alteran los sistemas democráticos
para imponer sus proyectos políticos, se va convirtiendo en tentación común, lo
cual no augura buenos tiempos para América Latina y se convierte en otro claro
ejemplo de corrupción generalizada al interior de los sistemas políticos de la
región.
En ese sentido, mi preocupación se refiere
no tanto a una imposición de un nuevo sistema político sino a la flexibilización
de las relaciones entre el Ejecutivo y el Legislativo, para lo cual pueden
servir instrumentos institucionales y no-institucionales. En términos
comparativos, la importancia radica en las prácticas políticas, por ejemplo, la
práctica de concertación o de formar mayorías parlamentarias que apoyen la
acción del gobierno, gobiernos de coalición formalizan esta idea de establecer
un íntimo vínculo entre Ejecutivo y Congreso sin necesidad de cambiar
radicalmente al sistema político o apoyar popularmente a un líder que adopte la
aplicación de una democracia plebiscitaria.
Por lo expuesto
desde el inicio de este ensayo, mi análisis genera la
afirmación según la cual la integración regional de los estados
latinoamericanos se ha caracterizado por su estabilidad, seriedad, confianza
inversionista, pero también por problemáticas que afectan directa y
negativamente esa integración, además de una altísima falta de prospectiva.
Durante las diferentes administraciones, los
gobiernos se han preocupado por ofrecer una economía seria y estable dirigida
por políticas de gobierno más que de estado, permitiendo generar una confianza
inversionista. No obstante, esta política de confianza en materia de
integración regional ha ido de la mano de una falta total de apertura de
mercados en todos los asuntos y materias que incumben a la agenda local.
Justo es decir que, en contraste con las democracias
modernas, estructurales y estables, en materia de integración regional, los
estados latinoamericanos han carecido de una total prospectiva. La dependencia
es enterrarse en vida y esto es lo que han hecho los gobiernos de América
Latina en sus relaciones comerciales, políticas, sociales, culturales,
económicas, etc., se han enterrado. Sin lugar a dudas no se trata de no tener
una relación dinámica entre pueblos hermanos, se trata de tener claro cuáles
son los interés del estado y trabajar en función de ellos y a su vez crear
escenarios futuros donde el desequilibrio o los cambios de las dinámicas
vecinales no colapsen o afecten las dinámicas de integración regional.
En las problemáticas que consideré como
efectos colaterales negativos que inciden en la integración regional dados a lo
largo de este ensayo, ha quedado claro que la diferencia entre los países
latinoamericanos y el resto del mundo será cada vez más relativa y hasta los
países más pobres tendrán la posibilidad de desempeñar un papel importante en
la economía global, en la medida que sea posible el mantenimiento y
consolidación del diálogo político y el diálogo económico, consecuencias de una
estructura institucional democrática estable.
Y aunque, como lo
indica Alcántara, los diversos sistemas políticos han
tenido que enfrentarse a profundas crisis económicas, ajustes estructurales,
constantes reformas institucionales, conflictos armados, violencia política,
corrupción galopante y pujas de diversos actores por imponer otro sistema político,
todo ello en el marco de profundos niveles de desigualdad social y extrema
pobreza (Alcántara, 2004, 56), es claro que al mejorar la gobernabilidad se
recupera y fortalece el apoyo a la democracia como régimen de gobierno y se
consigue una integración y democratización estructural.
Como breve
conclusión considero que el saldo final es un bajo o nulo desarrollo de una
ciudadanía activa y pensante y una pobre cultura democrática. También, que la
confianza de la sociedad, fundamental para legitimar cualquier régimen
democrático, debe descansar en las instituciones fortalecidas y en una
multiplicidad de redes particulares y clientelares de naturaleza familiar,
laboral, personal, gremial y territorial. Es imprescindible demostrar la
viabilidad de una economía de mercado socialmente responsable para detener las
propuestas demagógicas y populistas que nos desvían de la verdadera ruta del
desarrollo.
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